En 1997 pude asistir al estreno en el Teatro de La Abadía de Madrid de “Las sillas”, una obra memorable de Eugène Ionesco, dirigida e interpretada por José Luis Gómez. Puedo asegurar que aquella experiencia constituyó para mí algo parecido a una revelación adolescente, esos hechos que nos hacen “caer del guindo” de golpe haciéndonos ver lo que siempre habíamos tenido delante sin darnos cuenta.
Bajo una luz cenital de intensidad creciente aparecían en la tarima al principio de la obra una pareja inmóvil y cubierta de polvo. No tardaban en comenzar a aguijonearse sutilmente. “Yo podría haber sido el mejor mariscal de todos los ejércitos” (decía él), “Sí, un mariscal sin soldados, pero eso sí, el mejor mariscal” (replicaba ella), “O el mejor jefe de todos los médicos” decía él, “Sí, en esta isla desierta, sin enfermos y sin médicos, pero el mejor jefe de los médicos sin duda” contestaba ella... y así sucesivamente durante un largo rato. Luego él se ponía lentamente de pié dejando caer una gran cantidad de polvo y confesaba haber descubierto algo tan importante que se veía obligado a comunicarlo de inmediato a toda la humanidad. Para ello había invitado a los representantes de las más altas esferas mundiales de la ciencia, la política, la diplomacia, el ejército, la iglesia etc. Comenzaba a dar la bienvenida a los personajes de un modo alucinatorio y hacía como si les sentara en las sillas de tijera que iba abriendo y que poco a poco iban colmando la escena. Un fondo facetado con espejos multiplicaba hasta el infinito el conjunto de sillas vacías. Al final, todo quedaba preparado para que llegara el orador que había contratado para tan importante acontecimiento. Sin embargo, éste se retrasaba inexplicablemente. Con el escenario lleno de sillas vacías y temerosos de que el orador no llegara nunca, ambos personajes decidían suicidarse. Inmediatamente después aparecía el orador, pero no era más que un autómata de juguete vestido con casaca roja, chacó napoleónico negro y fusil en bandolera que acababa ofreciendo un discurso mudo basado en tres gestos retóricos mecánicos que repetía una y otra vez en el mismo orden hasta que se retiraba en silencio. Se cerraba luego el telón mientras se apagaba gradualmente la luz cenital que coronaba el yermo escenario repleto de sillas.
Encontré un paralelismo estrecho entre lo que quedaba representado en la obra y la actividad que centraba muchos congresos de mi especialidad en aquel tiempo. El número de mesas en las que participaba un ponente daba cuenta de su peso en los grupos de poder, por más que nadie le reconociera como especialista en ninguna de las materias que abordaba. Era una especie de juego en el que sólo los autocomplacientes supuestamente poderosos participaban en tres o más. Todos sabíamos que muchos de aquellos que se postulaban como generadores de opinión y a los que la poderosa industria farmacéutica arropaba con fines comerciales, no eran si no meros actores que no distaban mucho del autómata mudo de Ionesco. Sin embargo lo peor era darse cuenta de que, si la tribuna del orador estaba impostada, la sillas en las que nos sentábamos muchos asistentes probablemente estuvieran, en realidad, vacías. Evidentemente ese fenómeno no afectaba a todas las ponencias ni a todos los congresos de psiquiatría, pero sí estaba presente de una forma inquietantemente amplia en ellos restándoles una enorme credibilidad.
Hace pocos meses comencé a adentrarme en lo que se ha dado en denominar Medicina 2.0, es decir, la refundación de la medicina tradicional vertical de acuerdo al paradigma de las nuevas reglas horizontales de interacción social. Una medicina nueva, fresca, respetuosa, auténtica, creativa, honesta, inquieta, dinámica, inteligente, humilde, sabia, una medicina respetable y democrática en la que no hay nada que se postule pues en ella todo debe ser demostrado y contrastado de inmediato.
Debo reconocer que mi introducción en este nuevo mundo médico ha sido una de las experiencias más enriquecedoras de mi formación. Desde aquí quiero agradecer a Vicente Baos que se haya convertido en mi mentor en este proceso en el que me acabo de iniciar. A Paco Traver y Miguel Ruiz Flores por indicarme magistralmente el camino de la reflexión 2.0. A Julio Mayol, Rafael Pardo, Miguel Ángel Mañez, Salvador Casado, Ana González Duque o Pepe Martínez por despertar en mí esta incipiente pasión por la nueva forma de entender la medicina. Y a una larga lista de compañeros que con sus ideas han despertado muchas y nuevas inquietudes en mi.
Dentro de dos semanas comienza el 2º Congreso de la Blogosfera Sanitaria y en él se abordarán ampliamente muchos de los aspectos más candentes e interesantes de la medicina 2.0. Va a ser mi primera aproximación no virtual a este mundo, pero no me cabe ninguna duda de que lo que voy a encontrar allí van a ser tribunas ocupadas por personas reales y cualificadas que dirigirán sus descubrimientos, ideas y reflexiones a un auditorio con sillas ocupadas con interés por asistentes que discutirán con ellos todos los contenidos de una forma intensamente interactiva. Confieso que hacía muchos años que no esperaba con tanta expectación la llegada de un congreso pero es que, sin duda, tengo mucha gente importante que conocer allí. Muchos de ellos anónimos miembros de la medicina tradicional que se han convertido en pensadores imprescindibles en la medicina 2.0.
La sociedad, la economía, la política... todo. El mundo está cambiando a un ritmo trepidante en los años más recientes. Ocurren cosas enormemente dispares que no podríamos haber imaginado ni individualmente ni en conjunto hace muy poco tiempo. Pero lo más importante es que todos estos cambios tienen algo en común. En ellos somos todos los protagonistas.